Emociones desde un balcón

Existen unidades de medida para cuantificar, genéricamente, porciones de determinadas cosas. El peso en kilogramos o libras, la distancia en metros o pies, y la vida ¡en pasos! En pasos, aunque también en méritos, que a juicio de quien escribe, siguen siendo pasos; incluso en años, para lo cual insisto, es otra forma de llamar a los pasos, pues serán éstos los que demostrarán, hasta donde fuiste capaz de llegar.

En pasos andas, pero también te detienes para observar y crecer; en escenarios donde no siempre se trata de ti, sino de lo que ves, de aquello que se presentó sin pedirte permiso y tampoco autorización; con la coincidencia de que mientras eso sucedía, tú solo pasabas, pero de cualquier modo, te detuviste allí por alguna razón. Son escenarios emotivos, tanto, que transforman tu pensar y sentir, aunque por sinceros aclaren, y por efímeros se opaquen.

Emociones tan espontáneas como el hecho mismo de pararse frente a la escena y observar; es volverte reflexivo en una noche de funeral, donde comienzas a indagar acerca del propósito de la vida; es creer que ya has perdonado a quienes te hirieron, y que repartirás bendiciones una vez que salgas de ese encuentro religioso semanal; es sentir que gozas del eterno don de agradecimiento cuando, después de mucho sacrificio, has logrado, ganado o vencido; es pensar, en momentos de evidenciada injusticia, que cuentas con la fuerza y el coraje necesarios para restablecer el orden y la justicia social; es asumir, que una vez finalice aquel domingo de caridad, renunciarás franciscanamente a todo lo material para recuperar lo espiritual, pues al caviar ya no le encuentras sentido y mucho menos al champagne.

Cada evento tiene lugar desde un balcón, lugar donde se puede apreciar, desde distancia remota, cada detalle de la escena, mientras te brinda la posibilidad de mantenerte tan al margen como lo deseas. Puedes ser león, si bajas al terreno y empiezas a actuar; avestruz, si una vez dentro del meollo, escondes la cabeza y te intentas ocultar; hiena, si solo sabes ser crítico, burlón o juzgador; o búho, si eres desde la distancia, un simple observador.

Lo trágico es, que una vez llegada la rutina, las pasiones tienden a bajar, y vuelve todo a ser inspeccionado bajo la óptica del egocéntrico desinterés; donde las emociones se esfuman, se desvanecen, se marchan; el caviar y el champagne comienza a tentar; las injusticias sociales se tornan ornamentos públicos; y los enemigos, después de un breve receso, comienzan a ocupar de nuevo su lugar.

De pronto, hará falta que se televisen más imágenes como las de Aylan Kurdi, discursos como los de Severn Suzuki y testimonios como los de Maickel Melamed. Mientras tanto, habrá que esperar a coincidir con el próximo balcón, para elegir entre seguir pasando frente a las escenas como turistas en “El Louvre”, o definitivamente bajar a actuar; teniendo en cuenta que, al final de cada historia, mucho se escribe acerca de protagonistas y luchadores, pero en cambio, ni una reseña empolvada reposará, sobre quien en vida solo supo ser espectador.

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