La mejor elección

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Existe una cadena ininterrumpida de eventos, que empiezan con el romper del primer llanto y finalizan con el último suspiro; en todos ellos, el hombre no busca más que orientar su rumbo hacia la satisfacción de necesidades, cuyas causas individualizadas se sustentan en un deseo o carencia. Las necesidades humanas son -entre otras cosas- variables, crecientes e ilimitadas. Variables, porque se van adaptando a factores internos y externos de cada persona; crecientes, pues van relacionadas a su incremento progresivo, el cual se va sucediendo conforme se cubra satisfactoriamente la demanda anterior; e ilimitadas, en vista de que siempre han de existir, son abundantes en número, y no se cuenta con los medios ni los recursos suficientes para satisfacerlas en su totalidad.

La anterior situación, se reproduce en escenarios tan elementales como la alimentación, la higiene, la educación, el trabajo, la recreación y el amor; pero también, en otros menos básicos como los bienes materiales, los accesorios modernos, los ajustes estéticos, las tendencias o lugares del momento, y hasta el culto de mayor auge; fundamentándose los primeros en impulsos naturales, mientras que los últimos, son eventualmente orquestados por una sociedad perversa, capaz de aislar al individuo a una celda remota, en caso de incumplimiento normativo.

Por tal motivo, llegamos al punto de obsesionarnos con la idea de la perfección, emprendiendo la búsqueda de lo aceptado socialmente, y de lo que no presente reproches por parte de nuestra familia, amigos, colegas o de cualquier otro grupo social que administre, en pequeñas dosis, nuestra sensación de bienestar; por lo que comenzamos a dejar de un lado lo bueno para ir tras lo incierto, y nos perdemos el romanticismo del otoño, por contar las hojas en el suelo.

Lo “perfecto” es inexistente en su modo per se, pues todo queda sujeto a interpretaciones subjetivas, donde la suma de las apreciaciones personales, arrojan ilimitados matices de opinión que imposibilitan una satisfacción colectiva; surgiendo así, una opción favorable en su forma natura, la cual extiende una invitación a limitarse a los solos criterios racionales, con evidente ajuste a lo emocional. En términos simples, mantenernos dentro de lo que estemos convencidos sea lo correcto, y así también lo sintamos.

¿Qué sentido tendría un vehículo deportivo en una hacienda ganadera; un caballo aparcado en la ciudad; las llaves de un apartamento de playa en el bolsillo de un paciente con erupción polimorfa lumínica (alergia al sol); un depresivo rifando consejos; o un sociópata liderando una revolución?

Cada quien para cada cual, y toda cosa en su justo lugar; por ello, la perfección debe consistir en la correcta elección, la que más resulta, cual mejor ajusta; es la que tensa el corazón y relaja la cabeza; se trata de comprender que cada pieza del rompecabezas es única en la obra final y, por ello, no caben triángulos en cubos, ni círculos en cuadrados. La satisfacción de las necesidades se obtiene, pues, al emplear los criterios de la mejor elección, a la vez que se abandone la nociva costumbre de priorizar -antes de cada decisión-, el filtrado social de aceptación.

La felicidad, va más allá que ese “fin último” perseguido por los individuos; es un verbo que reposa perenne en cada decisión tomada y el cual se conjuga durante el camino subsiguiente a recorrer. En nada se parece a situaciones de ansiedad, dependencia o temor; mas este se asemeja a brotes de espontaneidad y signos de paz interior.

Deja ir la preocupación, abandona la necesidad de controlarlo todo y reserva tus energías para cuando estas puedan ser empleadas para decidir, pues hay cosas que así como el inicio y la duración de una tormenta fluvial, jamás podrás controlar. Si te logras relajar, con el ritmo que genera el golpeteo de las gotas sobre tu paraguas; serás, indudablemente, el primero que cuando acabe el invierno, verá la primavera llegar.

Zaki Banna / @ZakiBanna

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