Zaki Banna: La técnica del Auto-Bullying

AUTO-BULLYING

Eran las 4:25 pm, y en mi mente aun resonaba: “ya te lo dije, amiga, voy a inscribirme el próximo lunes; empezaré con una dieta estricta, y esta vez complementare las inyecciones de alcachofa con unos lipotrópicos que le encargue al hermano de Juan. Para mañana, tengo pensado ir a la cámara de bronceado, y al salir pasaré a comprar una muda entera de esas licras deportivas que son el último grito de moda en el country club. Ya verás -advirtió en tono esperanzador, a la vez que ejecutaba su mejor cruce de piernas- dentro de poco me convertiré en otra persona… ¡anímate tú también!, y no lo pienses más”. De pronto, la escena de aquella madurita moderna se convirtió en un espiral incesante que se repetía una y otra vez en mi consciente, hasta que las facturas de ese martes agotador me transportaron hasta la mañana siguiente.

Junto a los primeros rayos de sol, un impactante “¡Extra!, ¡Extra!, quedan oficialmente inauguradas la embajada de los complejos, el consulado del desconcierto y el ministerio de la frustración, con sedes en toda circunscripción mental”, fue el titular que leí en la primera página de la prensa que me despierta cada mañana, con las viejas de mis experiencia y las nuevas de mis expectativas; sumando para ese entonces, el eco de lo que por instantes me llevó de vuelta a terreno hostil, donde alguna vez presencié la desdicha ajena en que se renuncia a intereses propios, para rendir culto a los deseos de una sociedad perversa y maloliente.

Llegó el miércoles por la tarde y Sonia, la esposa de quien ha sido mi mejor amigo desde la infancia, se probaba una blusa escotada, dejando al descubierto un abdomen casi disecado y dotado de protuberancias musculares en cada poro. Mientras tanto Sebastián -quien nunca supo lidiar con el disimulo- dejo escapar una mirada detrás de una transeúnte rubia, cuyo cuerpo asemejaba una guitarra española. Sonia lo pellizcó enseguida, sin que su esqueleto fibroso ni su abstinencia a la grasa trans, alcanzaran a comprender la escena frente a “la pasadita de peso esa”. Enseguida recordé, cuando semanas atrás, me comentaba en medio de arepas, cervezas y un partido de béisbol televisado, sobre la aflicción que sentía respecto al afán de su esposa por sustituir el mercado tradicional con productos 100% fitness: ¡No lo comprendo! -Insistía, mientras enderezaba su peluquín rojizo- la vida era más sabrosa con pizzas que con ensaladas, con amplias curvas que con rocosos músculos… ¡tanto así!, que si cerrara los ojos mientras rozo su pierna, juraría que me encuentro entre sábanas con cualquiera de mis excompañeros del futbol -bromeó por un momento-, además se han sumado intereses extraños, gustos caros, lugares concurridos, y viajes frecuentes; con el plus que en vez de amigas, parece que anduviera con una docena de clones, quienes dirigen ahora nuestro modo de vivir.

Ambas escenas, me llamaron a reflexionar sobre la manera en que las superficialidades habían secuestrado la esencia del individuo, al punto en que las personas antes alimentaban su autoestima con cumplidos recibidos, mientras que hoy, es común observar el patrón de quienes dan de comer al ego, en la medida en que logren sembrar mayor cantidad de envidia en quienes consideran su competencia. Lo peor, es que no basta con que la espontaneidad que gozábamos en la niñez se haya ido disipando con la llegada de la edad adulta, sino que encima de eso desviamos el cauce natural del que venimos, pues aquel camino aflorado llamado infancia, hoy es bombardeado continuamente por intereses mezquinos que colapsan al menor, y lo empujan prematuramente hacia una competencia tan nociva como sedentaria entre sus pares, con excesos de materialismo y carencia de disciplina.

Como Sebastián, como Sonia y como la dueña del glorioso cruce de piernas, proliferan víctimas y victimarios, complejos y acomplejados; productos todos del frote de unas manos frías, que venden a precio de inseguridades lo que está en boga. De este modo, se propician las tendencias actuales como estilo de vida para conseguir aceptación; convirtiendo, cada episodio humano, en la crónica diplomática  que el titular de mi prensa reseñaba ese miércoles por la mañana, y que amenaza con la misma frustración final para cada caso. La aceptación personal, se obtiene desde adentro hacia afuera,  nunca al revés; por lo tanto, sin bases seguras, habrá inestabilidad en el rascacielos, no importa de cuántos pisos se haya erigido.

Zaki Banna / @ZakiBanna

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