MI VECINA

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Las aceras se ven más agrietadas de lo que lucían hace veinte años, durante aquella época cuando, calle arriba y calle abajo, me trasladaba dentro de mi urbanización. Sigo siendo el mismo flaco –aunque ahora con 50 kilos más-, desde la vez que en esas mismas calles, estampé mis primeras huellas y me puse a andar.

El teléfono público de la esquina ha presenciado varios atracos, y aun exhibe a enamorados y pandilleros, ofertantes y complacientes, quienes eternizaron sus intenciones con tinta indeleble.

Mi vecina todavía frecuenta la zona, pero hoy luce más apagada; su cabellera está llena de canas, y el “tic nervioso” que desde pequeño le descifraba, se ha vuelto más evidente de lo que yo recordaba.

No soy técnico ni electricista, y mucho menos la unión de las dos; pero me ha tocado improvisar, ya cansado de dichos activistas, quienes alineados al colapso nacional, han hecho del plante y el desplante, su manera de trabajar. Por ello, ayer me encontraba improvisando, y arreglaba una falla propia, en el centro comercial, mientras fui sorprendió por un “hola, flaco”, en la voz de mi vecina, a quien nunca había podido escuchar; y mucho más sorprendido yo resultaba, por las intenciones que a ese encuentro dieron lugar.

“Hola flaco” –me dijo-. ¿Tienes Cien (100) que me puedas dar? Bajé la mirada, y apresuré la búsqueda entre mis bolsillos, pero nada conseguía, pues mi billetera reposaba en otro sitio. Me reincorporé al contacto visual, mientras descubría que el “tic” finalmente cesaba, cuando ella se disponía a hablar. Me dispuse a buscar de nuevo, pero no hubo milagro de segunda oportunidad. Un vigilante frustró el intento, y la hizo abandonar el lugar. Yo estaba perplejo. Él era un vigilante nuevo, a quien las grietas ni el teléfono público le habían visto por la zona perimetral; lo suficientemente nuevo, como para diferenciar que ella no era una señora cualquiera, y que de eso yo soy testigo, desde hace tantos años atrás; pero que sin importar mi subjetividad al respecto, ella acababa de ingresar a la lista de mendigos, a quienes habría que vigilar.

Mi vecina antes paseaba, y compraba estrenos en ese mismo centro comercial, mientras que ahora, cuando logra burlar a los guardias, pide billetes a los transeúntes, y cigarrillos para variar.

En mi país hoy reina la miseria, porque a ella se fue adecuando la población. Recuerdo claramente cuando el “no vale, yo no creo” de Urdaneta, se convirtió en la coraza de quienes no aceptaban la situación; y ya ahora, con el agua hasta el cuello, los botes salvavidas que más nos coquetean, tiene banderas pero de otra nación.

BYz