Compitiendo hasta la incompetencia

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Ascender – crecer – evolucionar; tríada esta que implica, desde la óptica de un todo, o bien desde sus partes individualizadas, un acto de superación. Sin embargo, la realidad es que somos siempre instrumentos de algo: en los mejores casos, de nuestro espíritu, impulsado por los sueños y las metas claras que nos fijamos; en otros tantos, del capricho de lo que otros quieren que seamos; mientras que, en los supuestos más desdichados, se trata de un híbrido que nos victimiza, y el cual es producto de un cruce entre inercia y tiempo. En situaciones óptimas, solemos pertenecer al primero de los casos, donde el esfuerzo corre por cuenta propia, y este se compagina con el reconocimiento de quien administra y otorga dichas victorias.

A lo largo de nuestras vidas, vamos alcanzando diversas etapas de superación; como de niños, al lograr conquistar un espacio en el cuadro de honor; o con la obtención del grado académico, alcanzando así un nuevo nivel curricular; así cuando rompemos un record o marca deportiva, sustituyendo a alguien que, tiempo atrás, había sido registrado como el mejor del lugar; igualmente al salir airosos, luego de haber presentado cuadros de melancolía y depresión; incluso, al ser seleccionados para el puesto vacante, con ocasión a una o más entrevistas de trabajo; y sobretodo, cuando una vez empleados, somos promovidos a cargos superiores. Es aquí, cuando Peter se detiene, te ve a los ojos y desenvaina su principio para alertar.

El Principio de Peter, también llamado principio de incompetencia, por su mismo autor; estipula que dentro de las jerarquías organizacionales, los empleados son ascendidos hasta alcanzar su nivel máximo de incompetencia. De manera que, una vez dominado un puesto de trabajo y realizadas correctamente las labores correspondientes, se promueve al trabajador a un cargo de mayor responsabilidad, realizando este ejercicio una y otra vez, hasta llegar al punto en que la vacante cubierta escapa de sus capacidades.

En oficinas públicas, es especialmente apreciado este fenómeno, pues muchas veces los puestos de trabajo resultan compromisos políticos, lo cual limita, dramáticamente, la selección de sus ocupantes a un número reducido de activistas con la misma identificación ideológica; y donde pareciera que, cuenta más la afinidad partidista, que la efectividad en el ejercicio de tales funciones.

A nivel privado ocurre lo mismo, con la salvedad de que el reducido grupo se debe, por un lado, a la escasa plantilla con que cuenta la empresa, a efectos de no incrementar los costos operativos con nuevas contrataciones; y por el otro, a apreciaciones subjetivas a la hora de contratar, siendo también que el ascenso, es promovido en favor de quien, ha acostumbrado a los jefes, a su ritmo de trabajo y modalidad.

Aun cuando no fue incorporado dentro del estudio de Lawrence J. Peter -por basarse en casos puramente de «jerarquiología» (por «hierachiology», en inglés)-, podría afirmarse que trabajadores independientes, deportistas y cantantes -por nombrar solo algunos-, también tienen participación dentro del principio en cuestión; pues los primeros, una vez satisfechas sus necesidades, acostumbran a abarcar una carga de trabajo superior a la que podrían manejar; mientras que los dos últimos, tienden a postergar su retiro profesional, aún frente al evidente deterioro de aquellas habilidades, que los impulsaron a ocupar tan importante lugar.

En ocasiones, el ego implora nuevas oportunidades, a la vez que exige créditos a su tradición; esto, a pesar que un individuo contratado conoce las destrezas requeridas para estar allí, quedando sobreentendido que, al momento en que las mismas resultaren insuficientes, el cese de sus funciones debería tener lugar. No se trata de ascender hasta el declive, ni de competir hasta la incompetencia; es cuestión de sustituir algunos eslabones, antes de tener que sacrificar la cadena completa.

Zaki Banna / @ZakiBanna

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