De vuelta al ruedo

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Sucede que cuando hemos sido elegidos para participar en los sinsabores de una experiencia tan extrema, nos estacionamos en la esquina de algún día que está por transcurrir y reflexionamos acerca de la riqueza de tanta emotividad.

Desde mi guarida he aprendido a apreciar un sol distinto cada mañana, e incluso, sin estricto contacto, me acurruco en el regazo de mi mayor dama. Comprendí que las despedidas también ocurren de forma unilateral, mientras desfilaba, cual novia romántica –y con buqué en mano-, dentro del cementerio local; consagrando amor eterno sobre una lápida y no en un altar.

Viví la espiritualidad desde el rostro de los celebradores de la ceremonia litúrgica que me hizo vibrar, y una vez allí, despegado de lo tangible, incursioné en las abstracciones de lo sensorial. En donde yo estuve conocí al oído paciente, al corazón ardiente y al brazo combatiente; y finalmente comprobé de qué yo estaba hecho. Observé la llegada de quienes no esperaba, y me deslicé sobre la ausencia de aquellos que demandaban las atenciones de una invitación formal; descubriendo, con vasta franqueza, la no preeminencia biológica o de cercanía social. Vi al pasado en el presente, y en el presente supe lo que quiero para el futuro; me hice amigo de varios desconocidos y también hermano de mis amigos, con similar versión decadente al mejor estilo capicúa.

Desde la esquina en donde me encuentro estacionado me di cuenta que esta vez fui yo el extraño, y que llegué a exclamar varios “pobrecito” por mucho menos de lo que hoy he vivido; evidenciándose, ahora, que no siempre ocuparemos el lado de las estadísticas favorables, pero también que todo es superable.

Dejar de ser el mismo solo es posible con trabajo constante durante un tiempo prolongado, o bien frente a esas experiencias extremas que son capaces de despeinarte hasta la calva; por lo que, indiscutiblemente, en mí solo quedan los cimientos de una personalidad que ahora se bandea con el estereotipo fusionado de un hombre más duro y el de un hombre más blando, en sus respectivos órdenes de manifestación.

“El nombre lo es todo” –me explicaba mi mentor de vida y padre de familia-, “allí no cuenta el dinero ni la fama; haz que tu nombre sea respetable y obtendrás el mayor honor”. Esas palabras en mí retumbaban como una máxima en su mejor versión teórica, revelándose, posteriormente, en la persona de quienes convergieron al recinto donde ya sus restos reposaban; pudiendo yo haber visto que las discrepancias respecto a los distintos credos ya no contaban para ese momento, pues las coincidentes versiones de lo que mi héroe representaba, afloraban del verbo judío y también del musulmán, así como del cristiano católico, evangélico, ortodoxo y otros más.

Ahora volveré de nuevo al ruedo, luego de un movimiento de fibras abrupto; retomando así el camino desde que me detuve en la esquina de cualquier día para reflexionar, y aunque ya obtuve muchas respuestas, otras tantas aguardan por ser encontradas, pero esta vez sin dejar de marchar.

Zaki Banna / @ZakiBanna

zakibanna@hotmail.com

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