Una regla general para momentos en particular

En un orden sistemático, es común experimentar que las teorías precedan a las prácticas, comprendiendo, con determinación de axioma, que “la práctica hace al maestro”, y que es éste, quien tiene la misión de formar a otros. Muy lejos de pretender invocar acertijos como el huevo y la gallina, donde la intención más clara es medir la preponderancia científica y religiosa de sus analistas, lo que a éste tema concierne, remite a formular el siguiente planteamiento: Si los maestros forman discípulos, y estos últimos logran su maestría con la constante y reiterada práctica de dichas enseñanzas, entonces ¿Cualquier persona se encuentra disponible para entender, comprender, aprender; y, en consecuencia, hacerse maestro?

Como requisito sine qua non, se torna impostergable identificar la definición y alcance del término maestro, que es, en un contexto amplio y genérico, una figura con dotes de sabiduría, capaz de orientar a personas menos experimentadas, en la toma asertiva de decisiones, frente a diversos aspectos de la vida. Sin embargo, el éxito dependerá de la preparación del ser humano como ente receptor, la cual se endosa a su disponibilidad emocional para ese preciso momento. Por ello, ocurre que luego de releer algún fragmento, se encuentran importantes fuentes de enseñanza que, en oportunidades anteriores, no habían sido detectadas; pasa lo mismo con letras de canciones, artículos de prensa, libros, consejos y advertencias; que formando parte del mismo esquema, logran ser comprendidos una vez que existe aptitud para ello. De allí, aquella frase célebre advierte: “cuando el alumno está preparado, aparece el maestro”.

En concreto, un maestro puede estar reflejado en cualquier persona real del entorno, en un personaje histórico ejemplar, e incluso en un protagonista de ficción con enseñanzas puntuales; en una documentación escrita; en la propia consciencia humana, que se manifiesta con voz interior y corazonadas de alerta; en el silencio de la reflexión, en el tiempo mismo, entre otros.

Otro elemento a ponderar, es la superación de estragos para refundar la confianza en terreno emocional, pues existen personas que quedan incapacitadas luego de atravesar ciertas dificultades, sin haber ocupado el tiempo en la correcta reedificación de su centro de estabilidad; y aunque se manifiestan preparadas para escuchar, la realidad demuestra  que sobre aquellos cimientos sólidos, fue erigido un nuevo hogar, pero usando restos de aquella casa de heno que el cerdito numero 1 abandonó, una vez que el lobo sopló y sopló.

Finalmente, es menester mencionar una expresión acreditada a Hermes Trimegisto, que expresa lo siguiente: “Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender”. Si bien es cierto, que es deber humano realizar aportes cognitivos para el bien común de las futuras generaciones, no es menos cierto que debe seleccionarse adecuadamente el baúl en donde se guardan esos tesoros, pues la inoportunidad del maestro y la falta de aptitud del alumno, pueden ocasionar resultados contraproducentes que acaban en frustración. En tal sentido, resulta una sana regla no pedir, no hacer y no decir en donde haya ausencia de quien dé, quien valore y quien escuche.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.