Bonita para ti

bonita para ti

Es para ti, lo prometo. Diego la vio como tantas veces lo hacía, dudó una y otra vez, y finalmente preguntó: ¿por mí, aun cuando sales sin mí?  Realmente lo podría digerir si te arreglaras igual para esos domingos de quedarnos en casa cocinando y viendo películas en la TV, al visitar a mi madre o incluso cuando el aniversario pasado te invité a salir a comer. Amanda lo vio fijamente y la expresión de desagrado fue borrándose de su rostro. Bajo la mirada y el silenció reinó. Diego exhaló profundamente. ¿Entonces es para mí? –Prosiguió-, jamás te escuché preguntarme acerca del tono de tinte que mejor me complacería, o sobre las preferencias de tu ropa interior; y, de hecho, en cinco años no te has enterado que son los perfumes cítricos los que preferiría oler en tu piel, o que mis estornudos de cada mañana se deben a la fragancia por cuya tarjeta sobregiré en aquella tienda junto a la torre Eiffel. Ese “Bonita para ti” se ha vuelto tu salvoconducto para obtener mi aprobación ante cualquier cambio brusco tanto en tu estética como en tu formación. Bonita para mí, ¡claro!, pero todavía no me has preguntado si realmente me gusta cómo te veo, o si los ornamentos rimbombantes que luces escandalizan mi visión.

Diego estaba seguro que no había otro, de hecho, ni siquiera partículas de él mismo eran las que fundamentaban el reiterativo “bonita para ti” de su esposa Amanda, quien sin haber experimentado arrugas en el rostro, ya se había estrenado en el lifting, el botox y la liposucción; llevaba implante en senos y también en los glúteos; había prolongado sus horas en el gimnasio, se apuntó en clases de yoga y arrancó los entrenamientos para el maratón de New York; a la vez que se incrementaban los gastos en ropa deportiva, vestimentas modernistas y accesorios de Christian Dior, mientras que su estilismo estaba a cargo de los más cotizados especialistas, a quienes visitaba cada semana para los retoques de rigor.

Amanda  no había comprendido que su “bonita” no era para él, como el tradicional cliché le había enseñado a creer; tampoco para sí misma, aunque sufriera los traumas en primera persona y así llegara hasta el ejecútese de cada decisión, sino que las preocupaciones, en torno a su look, tenía que ver con “ellas”, quienes se habían convertido en su amenaza pero también en su inspiración. Diego, mientras tanto, solo aguardaba detrás de los probadores, en la cola de cada caja para pagar, y en la casa hasta altas horas sin reporte conyugal; ignorando que su pasado era parte importante de aquella pesadilla existencial, pues además de las enemigas naturales de su mujer, las cuales tenían un inamovible lugar, también jugaban un papel importante las que en vida de éste habían dejado de estar. Por si a las dudas: las imperdibles ex.

Sentirse radiante, moderna y actualizada solo era obra y correspondencia de su inseguridad interna. Ella creía que la relevancia o la cercanía de elementos exprotagónicos representaban un peligro existente para su relación, y ciertamente así era, pero no porque las generadoras de este fenómeno pudieran anularla y desplazarla, sino por la autoanulación en la que ésta se había visto sumergida a razón de sus creencias sin sustento y la falta de comunicación.

Tres años habían pasado desde entonces, y ya Amanda no le afectaba a Diego, incluso había dejado de pensarla, hasta esa mañana en la que Carlota comenzaría a Stalkearla, a raíz de un desconocido “me gusta” que apareció en la cuenta de su nuevo novio. A los pocos minutos Carlota cerró la aplicación y pasó a mirarse fijamente frente al espejo. Diego se acercó a su espalda y le preguntó: ¿Qué haces, cariño? Carlota volteó y lo miró fijamente. ¡Me siento fea! –le dijo-. Me siento fea y creo que debería estar más bonita para ti.

BYz

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