AÚN NO

AÚN NO

Los cementerios de Siria no habían precisado una acogida que rondare el medio millón de huéspedes, para la intensa temporada bélica que, hasta ahora, desmonta el sexto calendario gregoriano; y tampoco los basureros de Venezuela, por mala estimación estadística, esperaban una afluencia tan desenfrenada respecto a los comensales de su propia nación.

Definitivamente no estamos listos. Nadie estudió, o se preparó; ni individuo alguno generó una alarma contundente, y tampoco las consciencias circundantes se conformaron con advertencias aleatoriamente anunciadas sin determinación.

Si hubiese sido distinto, más personas habrían emprendido con funerarias como negocio familiar, dotándolas de salas temáticas y diseños acordes a las extensiones corporales de los pequeños visitadores, así como espacios de entretenimiento para drenar el malestar de los mismos, con ocasión a la perdida de sus compañeritos de la escuela; pero no, lamentablemente fue insuficiente el tiempo, la logística y la voluntad; mientras nos tomaba por sorpresa el exterminio de decenas de infantes, con actos irresponsablemente comandados por los intereses mezquinos de unos soberbios con inmerecida existencia vital. Los desechos urbanos, por su parte, tuvieron una suerte similar, con el plus de que el desequilibrio orquestado por inclementes de cuello blanco con indolencia social, se sostiene en la incongruencia proporcional de lo que se desecha frente a lo que demanda gran parte de la sociedad; y siendo que la balanza pesa más del lado de quienes hurgan en la basura que de los que cuentan con lo suficiente para satisfacer tal necesidad, pues así las ganas ni el estómago de nuestro paisanos se hallan cubiertos a cabalidad.

A los primeros los han visto bañados en llanto, en rasgadas vestiduras y con un déficit final entre los integrantes del núcleo familiar, mientras intentan ser adoptados por cualquier frontera extranjera, pese a que les sean arrebatadas las costumbres, y renuncien a sus idiomas de origen para un nuevo quehacer rutinario y social; en contraposición, por supuesto, de quienes se quedan en su tierra sin merecerla, malgastando el escaso dinero en una seguridad pública que blinde la integridad de su cúpula preferencial, y que son los mismos, por cierto, que constituyen el epicentro de tal conflicto sinigual. Por mi parte, a los segundos los he visto con zapatos limpios y morrales sin la cremallera averiada, acechando, con las manos vestidas de guantes, cualquier indicio no descartable entre el basurero vecinal, para así alimentar al nutrido aunque desnutrido grupo presente, mientras se deja en evidencia tal improvisación, pues no siendo de sus maneras habituales, era la que yacía –de corte honesto-, para auxiliar al batallón; en contraste de los personeros que matan de hambre a un pueblo entero, sostenidos en fallidas tendencias proselitistas, a la vez que continúan engordando sus barrigas, las cuentas en suiza y sus egos de subcampeón.

“Aún no…” –y ahora me dispongo a terminar la frase-, “aún no ha culminado esta historia de terror”,  porque a pesar de lo que piensen los monstruitos, le sobra sed de justicia al elenco protagonizador.

BYz

UNA RACIÓN DE SENSIBILIDAD, “PARA COMER AQUÍ”

enfermera suicida

Para recargar saldo, por favor… –pegunté al vigilante del centro médico en donde me encontraba aquel martes por la mañana-. Siga el pasillo a mano derecha –contestó-, verá a una señora de contextura gruesa, dentro del consultorio de medicina nuclear; ella, es quien se dedica a eso aquí.

La mujer descrita, quien vestía cierto uniforme acorde a su ocupación interna, enseguida anticipó:

  • Buen día, ¿en qué puedo ayudarlo?
  • ¿Es aquí donde recargan saldo? –cuestioné confundido, dudando de las indicaciones impartidas por el oficial de seguridad-. Asintió con sonrisa tímida, como de quien aún no consigue alternar automáticamente las funciones de un oficio con otro.

A mi lado, aguardaba por su turno una paciente cuyo síndrome evidenciaba una protuberancia muy sobresaliente de un solo lado del rostro, tan llamativo o más, que los ojos saltones del pequeño Gabriel, producto de la exoftalmia que éste padecía; y a quienes todos los presentes, sin preferencia ni disimulo, les observaban fijamente.

Mi confusión se hacía tan grande como aquel “chorrito”, el de la fuente. Enseguida opté por plantearme: la primera falla pudo haberse originado en la Universidad, al no incorporarse materias de comercio telefónico, electrónico y sus derivados en el pensum de la escuela de Enfermería –sin perjuicio de no poderse cubrir, académicamente, el variado mercado de “rebusques” al que todo egresado universitario, hoy día, se ve obligado a acceder; y la segunda, en la medicina nacional, por la no implementación de vacunas “antiimprudencia” para todos aquellos que sufren de lo que yo llamaría I.I.V. (Inoportuna Incontinencia Visual).

Nos hemos convertido en profesionales a medio tiempo para dedicarnos, la mitad restante, a algún oficio que llene nuestros estómagos de algo más que cólicos, mientras nos balanceamos por la vida con el precepto: “Honeste vivere” (vivir honestamente) del destacado jurista romano de apellido Ulpiano.

¿En qué momento nos fue secuestrado el derecho a continuar donde pertenecemos, trabajar de lo que sabemos y ganar lo que merecemos? sin tener, la Licenciada Carmela, que intercalar “los suiches” de competencias, para poder distinguir a clientes de pacientes, durante un maratón a toda velocidad, el cual culmina con una mente colapsada al final de cada jornada, mientras le son arrebatadas las reservas energéticas que podrían ser destinadas para la evolución competencial de esa noble guerrera; y sin yo tener que toparme, además, con el monitor de su computadora, el cual indicaba “envío satisfactorio” respecto a su hoja de vida, con un fondo membretado en la bandera de otro tricolor nacional.

¿Cuál es el monto que desea pagar? –Agregó de inmediato, interrumpiendo mi desconcierto-. Le contestaré, Licenciada, pero agote mi duda primero: ¿Cómo debe pagarse esto?, ¿en Bolívares o en años? Tan solo dígame…

BYz

 

 

Sin título

Jean Carlos Patanemo

Sin mucha complicación pude precisar su silueta acercarse, aun cuando los granos de una arena infinita dificultaban mi visión. Su piel estaba quemada, carbonizada; en nada parecida –de eso estoy seguro-, a la realidad fenotípica que le fuera presentada a su madre, hacía menos de una década atrás.

Jean Carlos era su nombre, y con ocho años cumplidos, ya laboraba en la costa playera de Patanemo, vendiendo termos confeccionados en bambú. ¡Ven aquí! –Le dije-, mientras liberaba a mis ojos del último rastro arenoso, para así enfocar, con mayor nitidez, al portador de aquella pequeña estatura. Procuré que el infante me comentara acerca de su situación laboral, sus estudios en curso y el paradero de sus papás; tenía una mirada tierna e impresionante, su sonrisa era sincera, y hablaba con la calma que caracteriza a un anciano antes de partir. Al escucharlo, daba la impresión de que jamás hubiese atravesado dificultades en la vida, lo cual duraba hasta que, con atención, se observasen sus ropas rasgadas, o se ahondare en el conocimiento de su realidad vivencial; sin embargo, en base a lo que transmitía, parecía no haber sido tocado por las oscuridades de este mundo real.

Luciano observaba la escena y quedó frío, también perplejo; arrimado hacia atrás por su padre, quien procuraba –con la palma abierta en el pecho de su menor-, la distancia suficiente de aquella criatura menos afortunada. “Para atrás, Luciano, y esconde el balón” fueron las palabras que alimentaron aún más el miedo del rubio jovencito, a quien su madre había emparamado de crema protectora contra agentes ultravioleta. Jean Carlos volteó hacia los presentes, y bajó enseguida la mirada, perdiendo el hilo de nuestra conversación.

La familia de Luciano se encontraba en mi punto “Este” cardinal, y desde su llegada, se habían dado a la tarea de inflar una piscina para el pequeño de la casa, así como llenar los alrededores de variados juguetes, y establecer las instrucciones para el día de diversión. La madre lucía lentes Gucci, y su traje de baño exhibía las siglas de un reconocido diseñador; se maquilló luego de aplicarse splash, retocó su sombrero curveado y, emulando la boca de un pato, disparó con su cámara el selfie de rigor. Se quitó los lentes, amargó sus expresiones faciales, y exhaló profundamente, volviendo al curso su imperfecta zona abdominal; tomó un libro y comenzó a leer. El padre, por su parte, quien no difería mucho del aspecto estético de su compañera, aprovechó la distracción literaria de ésta, y usando a su atractivo hijo como señuelo, coqueteaba frente a las féminas que desfilaban por las orillas de aquel mar.

Yo observé la incomodidad de Jean Carlos, y esperé a que por sí solo recobrara el ritmo del diálogo. Al rato levantó la mirada, y manifestó que debía irse. Lo frené por un instante, felicitando su labor; le dije que nadie elegía en qué condiciones nacer, pero que solo de nosotros dependía el superarnos, o en vida perecer. Volteé para encarar a quienes me correspondieron como vecinos más cercanos, mientras reflexionaba sobre la proyección que el pequeño Luciano pudiera tener, precisamente en una familia integrada por Iphones, piscinas inflables, coqueteo y caparazón, donde nada aparte de aquello, obtenía de sus integrantes la mínima atención.

“En este mundo hacen falta más Jean Carlos, y menos prospectos como los que se forjaban en Luciano” –pensaba para mí-, mientras observaba como aquellos, con mucho asco, espantaban a varios caninos que, por cierto, eran tan mansos como hambrientos, y solo se acercaron por los bocadillos que la familia había elaborado para merendar. Volví a mis pensamientos, pero esta vez con Mahatma Ghandi, quien no se equivocó al expresar: “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”.

Al fin, yo pude comprender dónde habían sido acaparadas las oscuridades que a mi amigo Jean Carlos no pudieron alcanzar…

BYz

El vuelo de nuestra vida

 

Avion

 

El vuelo estaba demorando más de lo habitual, mientras que un silencio incómodo se alternaba con el murmullo acelerado de varios pasajeros. Se trataba de un Boeing 747, en perfecto estado mecánico, y con todas las características jactanciosas que el hedonismo podría desear. A la aeronave, habían sido reclutados un alto porcentaje de nuevos tripulantes, y conscientes de ello, los pasajeros fueron abordando como de costumbre, salvo algunos que, por intuición de última hora, decidieron no acceder a dicho vehículo aéreo.

A pesar de algunas vicisitudes, el vuelo arrancó con normalidad, anunciándose el destino pautado, las medidas de contingencia y las horas estimadas de vuelo. Durante parte del trayecto, un importante número de pasajeros permaneció dormido, con la sorpresa que, a medida en que iban despertando, verificaban un menor aforo del que habían observado al momento del despegue. Ocurrió también, que entre los presentes, hubo algunos altamente instruidos en diversas áreas, quienes lograron descifrar varias irregularidades, y en particular, una gran anomalía en el avión: las turbinas habían sido apagadas. “¡No puede ser!”, “¡No lo creo!”, “¡Esto no puede estar sucediendo!”; se rumoraba con mucha algarabía entre los pasajeros, hasta que la tripulación –encargada del orden y atención de los mismos-, exigió con autoridad, y sin receptividad hacia los reportes hechos, el cese de la discusión; evitando, de ese modo, que la preocupación sea contagiada en quienes aún permanecían inocentes, desinteresados, o simplemente dormidos.

“Business Class” se encontraba en la parte delantera de la aeronave, muy cercana a la cabina del piloto. Por su parte, quienes ocupaban los primeros puestos de la “clase económica”, lograron filtrar sus miradas por entre las costosas cortinas que dividían ambas clases, pudiendo percatarse –con asombro-, de la tranquilidad de quienes abordaban el sector más privilegiado del avión; mientras que, en la clase más desfavorecida, ya reinaba el caos, sobre todo, al descubrir que algunos de los pasajeros desaparecidos se encontraban ocupando, inexplicablemente, el lugar reservado para la “primera clase”, donde, por cierto, se conocía con claridad la situación que les embargaba, pues unas imponentes turbinas –visibles desde sus ventanales-, exhibían con orgullo su silenciosa inactividad, pero que en vez de hacerlos sentir agitados por el controversial hecho, éstos habían optado por vestirse anticipadamente los chalecos salvavidas y disfrutar –a todo lujo-, de las bondades que les eran ofrecidas durante la travesía, previo a la llegada del fatal término que se pronosticaba.

“¡El avión está apagado!”, “¿no se dan cuenta?”, “dentro de poco caeremos al vacío y ¡nada podrá salvarnos!”; coreaban una y otra vez los ocupantes de la parte posterior. La tripulación empezaba a perder el control de la situación en clase económica, optándose por reforzar, las cortinas divisorias, con cristal para blindaje de 76 mm de espesor; quedando, los del área privilegiada, con mayor privacidad y sin interrupciones.

La cocina, el área de servicio y la unidad de mantenimiento estaban situados –a diferencia de otros modelos aeronáuticos-, en la parte delantera, justo a los lados de la cabina de pilotaje, y frente a la primera clase del vehículo aéreo, por lo que, dicha particularidad, permitió un mayor control a la gerencia de tripulación sobre los ocupantes de la clase económica, a quienes les fueron arrebatados algunos ornamentos, comodidades, e incluso elementos tan esenciales como el botiquín de primeros auxilios y los sistemas de salvamento, como consecuencia del comportamiento asumido.

La calidad del viaje, así como la estética interna del Boeing, fue deteriorándose trágicamente respecto al modelo que representaba en principio, especialmente, cuando ya habían transcurrido 14 horas de sobretiempo frente a lo que se esperaba que dure el trayecto; evidenciándose, a esas alturas, una falta de logística en cuanto al abastecimiento de provisiones alimenticias, personal capacitado y servicios generales –por solo nombrar algunos-, y cuya única disponibilidad era de combustible, dada la condición de los motores en OFF.

Los pasajeros de la clase menos favorecida pasaban, poco a poco, a situación crítica, y hallaban infructuosas las protestas que se habían elevado en señal de inconformidad, aún con el acompañamiento de la tripulación que ahora les apoyaba, pues ésta última, comenzaba a padecer los mismos desmanes de la colectividad.

Hoy la unidad aeronáutica sigue en el aire, y sus turbinas permanecen apagadas, sin algún tipo de propulsión; los pasajeros, por su parte, continúan desapareciendo;mientras que, en la cabina de pilotaje, solo hay dos muñecos de cera, que fueron fabricados en suelos distintos a los del avión, y que fungiendo como piloto y copiloto, son manejados a control remoto, al mejor estilo de un Dron.

Veneco Airlines: una experiencia internacional…

Zaki Banna /  @ZakiBanna

MI VECINA

mi-vecina

Las aceras se ven más agrietadas de lo que lucían hace veinte años, durante aquella época cuando, calle arriba y calle abajo, me trasladaba dentro de mi urbanización. Sigo siendo el mismo flaco –aunque ahora con 50 kilos más-, desde la vez que en esas mismas calles, estampé mis primeras huellas y me puse a andar.

El teléfono público de la esquina ha presenciado varios atracos, y aun exhibe a enamorados y pandilleros, ofertantes y complacientes, quienes eternizaron sus intenciones con tinta indeleble.

Mi vecina todavía frecuenta la zona, pero hoy luce más apagada; su cabellera está llena de canas, y el “tic nervioso” que desde pequeño le descifraba, se ha vuelto más evidente de lo que yo recordaba.

No soy técnico ni electricista, y mucho menos la unión de las dos; pero me ha tocado improvisar, ya cansado de dichos activistas, quienes alineados al colapso nacional, han hecho del plante y el desplante, su manera de trabajar. Por ello, ayer me encontraba improvisando, y arreglaba una falla propia, en el centro comercial, mientras fui sorprendió por un “hola, flaco”, en la voz de mi vecina, a quien nunca había podido escuchar; y mucho más sorprendido yo resultaba, por las intenciones que a ese encuentro dieron lugar.

“Hola flaco” –me dijo-. ¿Tienes Cien (100) que me puedas dar? Bajé la mirada, y apresuré la búsqueda entre mis bolsillos, pero nada conseguía, pues mi billetera reposaba en otro sitio. Me reincorporé al contacto visual, mientras descubría que el “tic” finalmente cesaba, cuando ella se disponía a hablar. Me dispuse a buscar de nuevo, pero no hubo milagro de segunda oportunidad. Un vigilante frustró el intento, y la hizo abandonar el lugar. Yo estaba perplejo. Él era un vigilante nuevo, a quien las grietas ni el teléfono público le habían visto por la zona perimetral; lo suficientemente nuevo, como para diferenciar que ella no era una señora cualquiera, y que de eso yo soy testigo, desde hace tantos años atrás; pero que sin importar mi subjetividad al respecto, ella acababa de ingresar a la lista de mendigos, a quienes habría que vigilar.

Mi vecina antes paseaba, y compraba estrenos en ese mismo centro comercial, mientras que ahora, cuando logra burlar a los guardias, pide billetes a los transeúntes, y cigarrillos para variar.

En mi país hoy reina la miseria, porque a ella se fue adecuando la población. Recuerdo claramente cuando el “no vale, yo no creo” de Urdaneta, se convirtió en la coraza de quienes no aceptaban la situación; y ya ahora, con el agua hasta el cuello, los botes salvavidas que más nos coquetean, tiene banderas pero de otra nación.

BYz

¿Ser o estar?

otono-primavera

Paradójicamente, varios idiomas alternan una misma palabra para usos muy distintos: “ser o estar”; y es que no basta con inferir que divergen en cuanto a definición, sino que, en este caso, distan mucho en cuanto a sus alcances.

La condición de “ser”, conlleva una cualidad egocéntrica en la que, esencialmente, se diferencian cualidades frente a otros; la de “estar”, mientras tanto, lleva implícita una situación estacionaria, en la que se ha elegido un entorno o un estado de ánimo determinado.

Para referirnos a “ser”, basta con mirar hacia una profesión u ocupación, por ejemplo: abogado, a una condición socioeconómica: rico, a un estilo de vida o tendencia modernista: fitness, a un cargo institucional: jefe, a una característica sobresaliente: sincero, a un lugar meritorio: el mejor. Quien habla de ser, no se refiere puramente a sí mismo, sino que, desde un punto de vista comparativo, resalta su contraste frente al resto de integrantes de la sociedad, dejando en claro lo que se es, pero sobre todo, lo que otros no son.

“Estar”, en cambio, se maneja dentro de un escenario más humilde y unipersonal, refiriéndose al lugar donde se está en un momento específico, pero el cual podría variar. Se puede estar: ejerciendo el derecho, estar: produciendo gran cantidad de dinero, estar: optimizando la condición física, estar: cambiando/mejorando, estar: alcanzando metas, estar: ejerciendo una jefatura, estar: diciendo la verdad, estar: respirando, estar: viviendo.

No es correcto sentirse apóstol, con una ceja levantada y la barbilla apuntando hacia el punto Norte cardinal; correcto es pertenecer a un apostolado, sin rastros de arrogancias, y con la Fe puesta en quien inspira tu correcto andar. De igual manera, se puede estar feliz mas no serlo, pues dicho estado no es definitivo, en la medida que nada es definitivo mientras estamos vivos; y siendo, que la felicidad es referida por los mercaderes del crecimiento personal como: “un camino” o incluso “una elección”, significa que es posible alojarse en ese lugar, pasar un buen tiempo y hasta encontrar comodidad, pero en cualquier momento, sea por tiempo breve o prolongado, por simple inconformismo o situaciones experimentadas, tocará salir de allí; intentando abordar –en un tiempo posterior-, el mismo tren u otro distinto, después de evaluar experiencias durante algún tiempo en reflexión.

Vivir concentrado en el “estar”, promueve un atesoramiento respecto de cada momento, y mantiene latente un temor sano de no querer variar dicha situación; tal y como ocurre con aquel que riega una planta a diario, y cosecha con cuidado los frutos obtenidos, pensando en futuras provisiones. Anclarse en el “ser”, en cambio, contribuye al convencimiento de que no hay mucho que hacer, produciéndose un inminente estancamiento en las capacidades humanas, que devendrán en inhalaciones, con aires de altives y exhalaciones, con desaires de resignación.

De manera, pues, que “ser” es un verbo en reposo, y hace considerar que ya llegó a la cima, a aquel que es exitoso; muy distinto, en cambio, es la acción remitida por el verbo “estar”, la cual asume, a quien está cosechando éxitos, como en plena escalada, aun sin la cima avizorada.

Zaki Banna / @ZakiBanna

Reservas para un escenario duodecimal

Cuando el mes de enero llama a la puerta, se hace hora de ejercitarnos en el deporte de la retrospección, luciendo caras de nostalgia y vísceras de esperanza, que normalmente perduran hasta que se marcha la resaca, y el telón reencuentra abajo su lugar.

El deporte de la retrospectiva se va tornando cada vez más habitual, a pesar de que dista, en 365 días, entre cada repetición, y cuya particularidad se mantendrá latente hasta que los propósitos sean alcanzados, en la coincidente medida de nuestro clamor aniversario.

Ser útil requiere la entrega de tu tiempo y mejor esfuerzo, pero sin condiciones y con voluntad. La entrega debe ser tal, que supere los temores probabilísticos de no ser correspondido por aquel a quien serviste, pues incluso quien acaba de alimentar a un niño de la calle, no está exento a ser asaltado por éste, unos veinte años después, producto de una conducta desviada y, sobretodo, de una vaga memoria incapaz de recordar al que salvo su vida un par de décadas atrás; sin embargo, el sentimiento imperante debe anclarse en el presente y, desinteresadamente, sobrevolar cualquier probabilidad, con la certeza de que no hay mayor satisfacción que el sentimiento de utilidad frente a un colectivo social.

El llamado no es a extrañar, es a vivir de una manera tal en que si mañana tuvieras que marcharte, exista una sociedad que reconozca tu legado, pero que también eche de menos el calor con el que solías empollar tus pasiones.

Vivir con autenticidad y determinación nos ayudará a bajar las defensas que, a precio de autocuidado, no solo nos hacen entregar el control a unos vigilantes urbanos que, con modismos y normas de turno, administran gota a gota un falso bienestar, sino que también estimulan el desinterés y la descomposición social; a la vez que seguimos deslizándonos por ese interminable espiral, el cual cada mes doce y con frecuencia anual, continua recreando propósitos que aun sin estreno, se van desgastando igual.

BYz

No es que en Venezuela no queramos La Paz, se trata que algunos exhibimos bandera blanca mientras otros llevan sus manos atrás.

luz-para-venezuela

 

“No se negocia con terroristas ni se pacta con guerrilleros” son premisas existentes, seguidas por mucha gente, y adoptadas también por mí, sin la mínima intención de que sean asumidas como dogmas de la colectividad pues, como demócrata que soy, me uno a Voltaire en aquella célebre expresión: “No comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”.

Los árbitros, mediadores y jurados, deben generar algo más que simple confianza entre quienes les invocan a participar, haciéndose preciso, por tanto, que exista una relación lógica palabra-acto de quienes deciden subordinarse a dicha autoridad. Para El Catolicismo, El Vaticano es la máxima representación de Dios en la tierra, sin embargo, ni siquiera el hecho de ir a la iglesia cada domingo, da fiel y cualitativo testimonio de quien asiste; lo mismo con quien realiza la confesión, sin que en él/ella comulgue, simultáneamente, el arrepentimiento y la contrición. Cada religión –Cristiana o no-, intenta guiar a sus feligreses por el correcto andar, a fin de que, al final del camino, obtengan el mejor de los regalos: La Salvación. ¿Requisitos? Creer por medio de la Fe, y practicar los mandatos y las enseñanzas de Dios; de allí, que la religión sea un tema tan susceptible, que genera tantos debates y malestar. Por lo antes dicho, para que satisfactoriamente medie un intervencionista religioso, primeramente dicha religiosidad debe ser común en ambos contendientes.

En este orden, la pregunta para quienes profesamos la Fe Cristiana –en cualquiera de sus variables-, sería: ¿Qué haría Jesús? Tengo dudas si aquello de poner una mejilla tras otra, aplicaría igualmente luego de un desangre económico reconducido a favor de titulares unipersonales cuyas cuentas bancarias son engordadas con el saldo de una nación entera, a pesar de las consecuencias socioeconómicas en materia de criminalidad, desabastecimiento, corruptela, control cambiario, e indigencia a la que ha sido sometida toda una sociedad, de cuyo índice de mortalidad, por cierto, un muy alto porcentaje obedece a políticas desacertadas e indolencia social.

De los pasajes que ahora mismo recuerdo, cito a Sodoma y Gomorra, donde no hubo más oportunidad; a Nínive, que estuvo “a punto de melao”, si no hubiesen escuchado al profeta Jonás;  además los Fariseos, quienes fueron siempre señalados, sin que con ellos se intente algún tipo de negociación. De manera que, antes de pensar en mediadores que provoquen presión social, hay que considerar si primeramente están dadas las condiciones entre quienes ostentan sobradas razones para luchar.

¿Qué haría Jesús en nuestro lugar? Especialmente con quienes hoy –pese a solicitar una intervención religiosa- , hacen malabares con los mandamientos, y osan consultar el oscuro más allá.

 

BYz

 

 

SI TE VAS, QUÉDATE DONDE ESTÁS

si-te-vas-quedate-donde-estas

No es asunto exclusivamente migratorio, aunque predominantemente en ello aplica. Quien se va, al principio, satura los sentidos de tipo auditivo, en aquellos sujetos cuya distancia comienza a medirse en kilómetros de cableado telefónico, mientras se colapsan los de tipo visual, en algunos pocos interesados y otros muchos criticones, separados todos por los kilómetros tecnológicos de las redes sociales. Sin embargo, tienen razón, es una tendencia universal la de intentar impresionar con cuentos e imágenes fantásticas, los criterios de aquellos que, a posteriori, podrían servirles de pañuelo y bastón a quienes, una vez cerrada la sesión, secan sus lágrimas y se disponen a seguir enfrentando una dura y nova realidad.

Quien se mueva (a la dirección que sea), debe asumir la responsabilidad de fijar base en su nueva ubicación, sin la insistencia de procurar convencer, al que ya no le acompaña, de que se encuentra inmerso en un error. Los cambios, en ocasiones, resultan latitudinales, sin embargo, muchas veces ocurren sin variar la ubicación geográfica, pues se deben a decisiones tomadas de desplazamiento emocional, económico y hasta político o social, siendo que la mayoría de ellos obedecen a aspectos de madurez y superación personal.

En todos los ámbitos y espacios son requeridas las personas. Si todos emprendieran negocios independientes, por ejemplo, escasearía el capital humano requerido para impulsar cada emprendimiento particular, lo cual imposibilitaría la independencia económica generalizada de cada individuo. De manera, pues, que cada quien tiene un lugar jerárquico aguardándole en las diversas estructuras económicas que, dicho sea de paso, demandan perfiles específicos y destrezas determinadas.

Es por ello que ni el que empacó, ni el que se arriesgó, ni el que ingresó o culminó la universidad, ni el que saltó, ni el que compró o vendió, ni el que se casó, ni el que emprendió, están ahora mejor a aquel que, en teoría, no se movió. Moverse, no necesariamente significa avanzar, pues los pasos también se dan hacia un costado o incluso hacia atrás.

Es momento de atornillarse con responsabilidad a la propia realidad, dejar la vagabundería y definitivamente comprender que, llamar desde el exilio con modismos improvisados y acentos que reemplazan –en apenas semanas-, la modulación natal, no aventajan en absoluto sobre quienes “se han quedado en el aparato”, y que, de paso, hasta se oye mal; sin la taxativa referencia de que “acento” o “exilio”, tengan limitada una interpretación territorial

Si todos decidiéramos deslizarnos por el mismo tobogán de los sabiondos y experimentados hacedores que venden, a precio de dictadura, sus miedos y frustraciones, se acabarían los poemas  y las flores, las promesas sin escrito, las mascotas y las ilusiones; mutaríamos de piel a hojalata, y ya ni variaría la frecuencia de nuestras pulsaciones.

 

Zaki Banna / @ZakiBanna

LISTO PARA PERDER

 

perdedor

Agachar la cabeza no es signo de debilidad.

El vaivén de una intermitencia de complejos se ha ido ajustando a nuestra silueta emocional, desviándonos del cauce original del tiempo y de la incolumidad de nuestro destino.

Despertamos en la mañana, cepillamos nuestros dientes y, con el desayuno, bebemos un café bien fuerte para que nos sacuda el sueño, mientras volvemos a la acostumbrada posición de ataque, o bien de defensa que, igualmente, nos mantiene en franca guardia.

Aprendemos a involucionar hasta el punto de dejar de ser, aun siendo. Pero ¿cómo? Sencillo. Esperando la desdicha hasta en lo sublime, cual fichas negras en un tablero de juego albino, a la vez que optamos por asumir una postura de relajación entumecida, donde programamos en piloto automático la desesperanza frente a lo que a nosotros concierne; como si se tratara de un proyecto de antítesis a “Los Cuatro Acuerdos” de Miguel Ruiz.

Vivir esperando lo peor en cada escenario, con la expectativa de no experimentar la desilusión que representa el fraude o el dolor en el engaño, es como pretender cerrar los ojos después del verano para no experimentar el otoño; ignorando que, bajo este esquema, la única razón por la cual nos termina doliendo menos el muerto, es porque hemos adelantado su luto.

Por ello, esperar lo peor siempre, equivale a administrarnos gota a gota una dosis de tragedia innecesaria, originada en la frustración de un deseo de control totalitario, con resultados desalentadores para esta estrategia de combate que solo termina por arrebatar libertades.

Agachar la cabeza no es signo de debilidad –es de insistir-, pues así como los japoneses emulan dicho gesto en gentil señal de reverencia y reconocimiento, aplicaría del mismo modo en nuestro escenario interno donde, a precio de asumir el peso de lo indeseado para algunas circunstancias, obtendríamos, en otras, plenas satisfacciones cuando la victoria no hubiere visto defensas previas, atisbándose su aproximación en cámara lenta.

¡Que los hechos te sorprendan! mientras esperas lo inesperado. De otro modo, vivirías sin la plenitud de la vida, con la única hazaña de reinterpretar papeles ya ensayados desde tu confidencial y huraña mudez.

 

Zaki Banna / @ZakiBanna